viernes, 18 de diciembre de 2009

El Neo-republicanismo de Phillip Pettit.


Pettit como autor esencialmente republicano permite advertir diferencias claras con autores liberales, pero también ciertas convergencias y aportes a esa teoría. Con autores como Rawls comparte el fondo de que puede haber ausencia de libertad sólo si ésta está arbitrariamente fundada (algo así como el principio de diferencia en Theory of Justice de Rawls). Sin embargo Pettit pule o profundiza el argumento liberal desvinculando la idea de libertad con la de no interferencia. En el fondo, Pettit evidencia que la no interferencia no es incompatible con la libertad (limitación o ausencia de libertad). Para demostrarlo, el autor señala dos fenómenos en los que esos dos conceptos no se yuxtaponen. El primero es el de la interferencia sin dominación, en el cual, por ejemplo, existe el poder de interferir en la vida de un individuo de modo tal que pueda obligarlo a cumplir alguna orden pero que no disfruta del poder final subyugante. Es decir, se opera fundado en una ley coercitiva, pero con una interferencia no arbitraria.

El otro fenómeno es el de dominación sin interferencia. El autor precisa a este respecto que es posible ejercer, sobre otros individuos, claros rasgos de dominación pero sin la necesidad de interferir directamente. Dos ejemplos claros son la esclavitud, en la que no es necesario que el amo le ordene al esclavo lo que tiene que hacer ya que éste sabe que su libertad es nula y está sujeto a dominación. El segundo ejemplo es el de la vigilancia, la cual, según Pettit, somete a dominación en tanto el individuo vigilado no es libre de actuar como quiera sin ser observado, no obstante no se ejerce directa interferencia.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Los límites al poder del Estado en John Stuart Mill e Isaiah Berlin.


El fundamento esencial que justifica la importancia de la limitación del poder del Estado sobre los derechos de los individuos, para Mill y Berlin, es la libertad. Cada uno de los autores recurre a distintos (y no tan distintos) argumentos en virtud de dicha justificación.

Berlin, en Dos Concepto de Libertad, procede a diferenciar dos tipos de libertades -libertad negativa y libertad positiva- a razón de explicitar de mejor forma el ámbito en el que debe entenderse cada una de éstas. El autor define la libertad negativa como la libertad en tanto no interferencia externa para realizar alguna acción. Por otra parte define la libertad positiva como la libertad en tanto libre acción (o capacidad de) de los deseos y/o impulsos de los individuos.

Para efectos de la justificación para limitar el poder del Estado sobre los derechos de los individuos, según Berlin, sería más atingente recurrir a la libertad negativa en tanto ésta condena y rechaza la inmiscusión externa que interfiera en los deseos de cualquier individuo. En una sociedad donde el gobierno tenga arte y parte para coaccionar a sus ciudadanos, ciertamente la no-interferencia es nula, o al menos está sustantivamente atenuada. Frente a eso la libertad negativa sería preferible a la idea de libertad positiva o auto-gobierno puesto que ésta deriva por lo general en restricciones a la libertad individual. Lo que lleva a que Berlin concluya que los males y/o perjuicios de la intervención gubernativa son más posibles en la observancia de la libertad positiva que de la libertad negativa (frente a la amenaza del autoritarismo derivado de las concepciones de libertad positiva). De hecho un liberal que apoya este argumento de Berlin es Friedrich von Hayek, quien menciona que el declive del liberalismo clásico después de 1870 fue justamente por acentuar la importancia de que el gobierno tuviese ingerencia y promoviera acciones (medios) de los individuos (libertad positiva en Berlin.

Por su parte, Mill es explícito en señalar que la discusión relativa a la importancia de la limitación del poder del Estado fue una que tuvo auge en la antigüedad, en donde realmente importaba discutir sobre cuánto poder tenía el gobierno de interferir y/o tiranizar a sus súbditos. Pero lo que realmente le importa a este autor es, primero, zanjar que es más positivo observar que la voluntad del magistrado es la misma voluntad de la nación, y en segundo lugar, introducir la preocupación sobre la tiranía que puede ejercer una importante porción del pueblo sobre la otra del mismo pueblo, lo que define como tiranía de la mayoría. Por lo que señala que la acción principal del gobierno es la de intervenir cuando un individuo vulnera los derechos de otros, o los otros del uno.

Finalmente, a ojos de Berlin, la mención de Mill no es incompatible con una idea de autocracia. sin embargo lo que en verdad hace Mill es enfatizar la existencia de una pluralidad de opiniones y cosmovisiones, a fin de evitar que éstas sean comunes en una porción de la población y que por ello se concentre poder en dicha porción. Pero por sobre todo por la idea de que ese pluralismo permitirá la genialidad, originalidad y finalmente la virtud.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Voto voluntario.


Voto voluntario
à Una crítica: Un sistema electoral que tenga como base el ejercicio voluntario del voto podría eventualmente desembocar en "la compra de votos", o dicho de otra forma, que la política se termine desarrollando y/o comportando como "el mercado" (public choice).

à La refutación: Uno de los enfoques metodológicos de mayor éxito (en términos de la ampliación de su utilidad) en el estudio de la política es el Rational Choice justamente incorporado desde la economía. Si el Rational Choice ha servido para explicar tantos fenómenos políticos es porque el comportamiento de una u otra esfera responde esencialmente al de las personas.
En definitiva, si con un voto voluntario el sistema político y electoral terminan desarrollándose y/o comportándose como "el mercado" no es por la reforma, sino relativo al comportamiento o razonar humano.

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(Rational Choice: Elección racional à elección y/o decisión que entregue el mayor beneficio al menor costo posible)

Concepción de "lo político" en Hayek y Arendt: Un paralelo.


Para enunciar qué rol cabe a lo político en el argumento de Friedrich von Hayek en Principios de un orden social liberal, es preciso explicitar el rechazo del autor a la idea de diferenciar libertad política de libertad económica. Para Hayek no son más que 2 caras de una misma moneda.

Dicho eso, se puede desprender que el rol de lo político, y la búsqueda de libertad que este ámbito pueda aportar, funciona en virtud de la búsqueda de libertad en lo económico. En ese sentido Hayek es enfático en señalar que lo político sólo debe proponer una norma general de conducta en virtud de que, según Hayek de acuerdo con Hüme y Smith, los intereses divergentes de los distintos individuos se vean regulados por un conjunto de normas generales de conducta, susceptibles de ser aplicadas a todos por igual, en indefinido número de oportunidades, lo que propendería a un orden espontáneo en el que cada quien seguirá sus propios intereses.

De acuerdo con ello, el argumento de Hannah Arendt expuesto en La condición humana, en tanto introducir la diferenciación de un ámbito de exclusiva acción política, aporta peso a la apreciación de Hayek. Porque este ámbito de exclusiva acción política, que descansa justamente en la diferenciación que hace la autora entre labor, trabajo y acción, no debe interferir en las "producciones" de la labor, es decir cualquier necesidad básica y su satisfacción que el individuo quiera ejercer, como tampoco debe influir en las relaciones del ámbito del trabajo.

En un último punto (para este análisis al menos) donde coincidirían Hayek y Arendt, sería en que el primero abraza la libertad intelectual en tanto hayan numerosas posiciones se enriquecerán las producciones. A la vez Arendt propone que donde hay pluralidad hay acción, es decir, política (y sus distintas visiones)

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Mmm una consulta...?


¿En qué medida Marx adhiere a la idea (Hegeliana) de una historia dialéctica, cíclica, circular, y que es, por consiguiente, indefinidamente repetitiva (no conduce nunca a un fin), si a la vez proponía llegar a una sociedad sin clases (al fin de la lucha de éstas) la cual constituiría el final del proceso histórico?

lunes, 16 de noviembre de 2009

¿Falta de Identidad en América Latina?


Con la modernidad como paradigma para visualizar las relaciones internacionales y el desarrollo de los conceptos de sistema, comunidad y sociedad internacional, emprender un análisis de la incapacidad de los procesos de integración en América latina resulta al menos necesario. La evolución de los tres conceptos mencionados responde evidentemente a como las relaciones en el globo se han ido complejizando exponencialmente. Si el sistema internacional (comienzos del siglo XX) se suponía neutro y describía sólo el comportamiento de la relación entre los Estados-nación y la comunidad internacional transita a un conjunto de valores políticos y legales aceptados por todos, la sociedad internacional llega a constituirse como un conjunto de reglas seguidas por todas las organizaciones internacionales y supone las relaciones entre éstas, la sociedad civil y los Estados. A propósito de lo mismo, la postmodernidad intenta dar respuesta a esta complejidad introduciendo la mirada de pluralidad, del renacer de las ideas de oriente, de diversidad, del "ciudadano mundial", a fin de exponer que el regreso al valor de la identidad, su búsqueda y su identificación serán uno de los pilares fundamentales del nuevo mundo.

La mirada moderna supone búsqueda de identidad propia, nacional y territorial, siendo ésta una de las principales dificultades para que proyectos de integración como Comunidad Andina de Naciones (CAN), Comunidad del Caribe (CARICOM), Alternativa Bolivariana para América (ALBA) y Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), entre otros, sólo sean proyectos fallidos y en muchos casos reactivos y opositores unos de otros. Fuertes contenidos ideológicos y con trasfondos nacionalistas han dado luz a proyectos integrativos que han terminado sólo logrando exactamente lo contrario. Los países latino americanos debemos asistir en primer lugar a un reconocimiento de sí mismos, de saber cómo y quiénes somos, a fin de saber realmente porqué integrarse y cooperar antes de aspirar a la figuración internacional miope, autorreferente y finalmente errática. Majadero o no, Europa sigue siendo el ejemplo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Política Migratoria del Estado de Chile




Históricamente Chile ha sido un país modelo en el escenario internacional y latinoamericano respecto a numerosas áreas de su política exterior. En lo que a sus relaciones económicas internacionales se refiere, en los últimos 20 años Chile ha asistido a un aumento sustantivo en el inicio y consolidación de diversos tratados: de Libre Comercio, Acuerdos de Complementación Económica, Acuerdos de Asociación económica, etc., lo cual ha sido impulsado por la política exterior económica de regionalismo abierto que nuestro país ha adoptado.

En materia de relaciones culturales y sociales, Chile camina a paso firme a una creciente consolidación cooperativa con países del Asia Pacífico y Oceanía. Particularmente en materia de intercambio laboral y estudiantil, ampliamente masificado en los últimos años.

En términos de relaciones políticas, desde el retorno a la democracia Chile ha abierto embajadas y consulados en más de 80 países en los 5 continentes, y ha masificado su número de misiones en diversos Organismos Internacionales, logrando establecer sólidas relaciones con los mismos, y coordinar con otras naciones líneas de acción multilateral en intereses comunes[1].

Sin embargo, particularmente desde los años ’90 nuestro país, en tanto modelo de de estabilidad y desarrollo, ha sido foco de masivas inmigraciones, esencialmente de nuestros países vecinos, lo que ha llevado necesariamente a que las relaciones con dichos Estados se sensibilicen y sea prioritario zanjar cuanto antes una política migratoria de Estado. Esta necesidad aumenta aun más cuando una vez atenuada y retirada la actual crisis financiera que afecta al mundo, Chile, haciendo gala de su tradición, volverá a cifras macroeconómicas sólidas y estables que lo volverán a convertir en un país de migración segura. Por lo que desde un punto de vista coyuntural, económico, social y político, se vuelve una absoluta necesidad el proponer una política migratoria para el Estado de Chile.

Nuestro país avanza diariamente a la integración con Europa, Estados Unidos y el mundo. Considero que con la sobriedad, sofisticación y seriedad que caracterizan el trabajo de la Cancillería chilena, es momento de poner en sus altas prioridades a sus vecinos, amigos y hermanos de historia: Sudamérica.
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[1] Fuente: Sitio web Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile. Información en línea en: www.minrel.gov.cl

domingo, 8 de noviembre de 2009

“Abolición” del sistema binominal.


El presente escrito pretende identificar y discutir qué errores teóricos, metodológicos y empíricos comete quien sugiere que el sistema binominal se debe abolir. Para ello comenzaré con una breve reseña en torno a conceptos e ideas claves, como “abolición”, sistema electoral y su relación con el sistema de partidos, gobernabilidad, representación y competitividad.

La real academia española de la lengua define abolir como: “Derogar, dejar sin vigencia una ley, precepto, costumbre, etc.”. Recordemos que “sistema binominal” no es más que la denominación que se le otorga a nuestro actual sistema electoral en relación al número de escaños en disputa en los distintos distritos y circunscripciones de nuestro país, lo que técnicamente se conoce como magnitud de distrito y la que en Chile equivale a 2. Así, la literatura arroja amplio consenso entorno a la definición de sistema electoral, la que en su acepción más elemental señala que los sistemas electorales son los mecanismos a través de los cuales se convierten los votos emitidos en escaños ganados por partidos y candidatos. Sus variables claves son la fórmula electoral utilizada (mayoritarios, proporcionales o mixtos y la fórmula matemática utilizada para calcular la distribución de escaños), la estructura de la papeleta de votación (por ejemplo si el elector vota por un candidato o un partido y si sólo puede hacer una selección o puede manifestar distintas preferencias) y la magnitud de distrito ya definida (Nuevo manual de IDEA para el diseño de sistemas electorales, 2006, pp: 5).

Considerando las precisiones hechas podemos hacer lectura de algunos errores teóricos en los cuales se incurre. Primero, se está planteando poner fin a un sistema por la falla de una de sus partes. Y segundo, el plantear la abolición del sistema binominal es plantear la derogación o dejar sin vigencia el dispositivo por el cual las autoridades de un régimen democrático son electas. Es decir, el dilema está en poner fin a las fallas que provoca una de las partes del sistema.

Se quiera o no, el sistema binominal es un sistema proporcional en tanto cumple con la condición para serlo. Reparte más de 1 escaño por circunscripción y distrito. Por lo tanto para entrar a la evaluación de los errores metodológicos de la afirmación inicial, zanjaré que el emisor de dicha enmienda se refería a terminar con lo poco representativo del sistema binominal.

La discusión en torno a los errores metodológicos que arroja el tópico, se centra en el eventual procedimiento que implicaría abolir el sistema binominal a fin de perfeccionarlo. Como ya observamos en la definición de la RAE, abolir significa derogar. Por lo que el error es más semántico que metodológico. Lo que queremos hacer es encontrar maneras de reformar la cantidad y forma de repartición de escaños parlamentarios, no dejarla sin vigencia.

El identificar qué errores empíricos comete quien sugiere abolir el sistema binominal, contemplará reflexionar en torno a algunos datos que de alguna forma expliquen por qué se sugiere reformar el sistema electoral.
Según algunos académicos como Joignant (“Medio a Medio”, Radio Cooperativa, 2008) y otros, la democracia chilena hizo una segunda transición. La primera fue la transición a la democracia como país, y la segunda es a la que hoy asistimos. De una democracia semi-competitiva a una democracia inercial. Según Joignant, el factor “inercia” se explica por un electorado absolutamente congelado, el cual adquiere sentido cuando se le contrasta con la Población en Edad de Votar (PEV), es decir, todos los ciudadanos chilenos con 18 años o más. En 1990 la PEV era de 8.500.000 aprox., y a 2005 asciende a 11.322.000 aprox. Sin embargo el electorado inscrito en 1990 era de 7.500.000 aprox. Y hoy es de sólo 8.220.000 aprox. Lo que, según Joignant, entrega una tasa de incremento de 8% para el electorado inscrito bis a bis un incremento del 24% de la PEV.

Lo que hay detrás de estos datos es que hoy la clase política conoce al electorado prácticamente de memoria, lo que según los críticos se explica en gran medida por lo poco proporcional del sistema binominal: el 95% de los escaños parlamentarios en Chile se distribuyen 1 para la Concertación y 1 para la Alianza.

Enfatiza esta falla, el dato entregado por Morales y Poveda a través del Margen Absoluto de Seguridad Electoral, el que muestra cuántos son los escaños que se ganan en elecciones parlamentarias cuando un candidato alcanza sólo el 33,3% + 1 voto. Así, para las elecciones de 2005 Joignant señala que el 36% de los escaños fueron repartidos de ese modo. Es decir, 43 de los 120 actuales diputados fueron electos sólo con ese porcentaje de votos, lo que le resta completa competitividad a las elecciones y produce que lo esencial de la competencia se traslade al interior de las listas y no entre listas. Esto entrega la considerable anomalía de un importante componente de la concepción minimalista shumpeteriana de la democracia: la incertidumbre.

Finalmente concluyo que el error de la propuesta de abolir el sistema binominal es esencialmente semántico-teórico. Sin embargo la proyección de dicha propuesta llevaría a una serie de errores a través de los cuales se buscaría “abolir” un sistema que se debe reformar. Lo que por ultimo nos lleva a observar otra serie de datos que demuestran que el problema del sistema electoral binominal no sólo recae en la representación, sino también en que los resultados están decididos de antemano, y las elecciones se prestan para grandes transacciones entre fuerzas aliadas y eventualmente entre rivales, lo que lleva a que los ciudadanos con mayor no se inscriban. Por ello, además de evaluar umbrales de representación para partidos políticos o magnitudes de distrito para Diputados y Senadores, se deben aplicar reformas para representar a 4.000.000 de chilenos en su forma más básica: el voto.

Presidenciales: De mayoría absoluta con ballotage a mayoría relativa en primera vuelta.


En el presente ensayo plantearé teórica y empíricamente que pasaría con la cantidad de candidatos presidenciales en Chile si pasáramos del sistema actual de mayoría absoluta con segunda vuelta a mayoría relativa en primera vuelta, pero sin cambiar la simultaneidad de las elecciones parlamentarias y presidenciales. En el caso de las elecciones de congresistas manteniendo el sistema binominal. Para ello describiré dos escenarios. El primero que plantee, defina y caracterice la situación actual del sistema político chileno. Y un segundo que simule la variación del mismo respecto de los cambios propuestos en la pregunta.

Como señalé en la pregunta anterior, actualmente en Chile existen distintos sistemas para elegir a sus representantes. Esta vez los relevantes son los que eligen presidente y congresistas. En Chile actualmente las elecciones son concurrentes, es decir el mismo día se elige Presidente de la República y diputados y senadores. En el caso del primero, gana quien obtiene la mayoría absoluta de los votos. De no ser así se procede al ballotage o “segunda vuelta” entre las dos primeras mayorías relativas. En el caso de diputados y senadores, son elegidos a través del sistema binominal donde se renueva el total de la cámara de diputados y la mitad del senado, el que se caracteriza además por otorgar el escaño al candidato que obtiene la mayoría relativa de los votos. Dada la magnitud de distrito 2, el sistema de partidos en Chile se presenta con un multipartidismo moderado pero con 2 grandes coaliciones que monopolizan la representación en el parlamento.

El segundo escenario plantea una variación sólo en el sistema de elección del Presidente, el que es electo mediante mayoría relativa, es decir gana el candidato que obtenga la mayor cantidad de votos. En este escenario se deberían dar básicamente dos fenómenos. El primero es que en una elección presidencial en la que se gana mediante mayoría relativa debería aumentar la cantidad de candidatos. Esto, siguiendo la lógica que al salir electo sólo obteniendo mayoría simple y habiendo solo 1 escaño en disputa, deberían haber mayor cantidad de candidatos dispuestos a competir. Ganar sería más viable. No así en el sistema binominal, en el que si bien también se gana según mayoría relativa, se reparten más escaños, lo que representa un Margen Absoluto de Seguridad Electoral mayor. En segundo lugar, atendiendo a la historia política de Chile y al sistema electoral binominal imperante, desde 1990 en adelante existen dos coaliciones hegemónicas, La Alianza por Chile y la Concertación de Partidos por la Democracia, que se dividen el poder político en el congreso, lo que a su vez a mantenido la hegemonía de las candidaturas relacionadas con esas dos coaliciones.

La particularidad de que sean elecciones concurrentes supone un equilibrio entre los dos fenómenos antes planteados. Primero, la dispersión de votos entre los candidatos presidenciales no debería ser tan alta, concentrándose entre los que apoyan las coaliciones mayoritarias que empíricamente forma el binominal. Y segundo, si bien la elección presidencial con mayoría relativa aumentaría el número de candidatos, el binominal en las parlamentarias mantendría la hegemonía de La Alianza y La Concertación. Por lo tanto al balancear los fenómenos mencionados inicialmente con la característica de ser elecciones concurrentes, el escenario más probable es que se mantenga un número limitado de candidatos presidenciales, las alianzas electorales, políticas y de gobierno. No obstante no estoy considerando otros aspectos, como el surgimiento de candidaturas carismáticas o producto de desafección de alguno de los conglomerados políticos antes mencionados. Lo que constituye una limitante a este ensayo.

Representatividad V/S Gobernabilidad


En este escrito intentaré responder qué es más importante al evaluar un sistema electoral, la representación o la gobernabilidad. Para ello, en primer lugar definiré el sistema electoral y mencionaré qué componentes de dicha definición utilizaré para realizar algunas reflexiones que me lleven a explicitar una postura por alguna de las dos opciones iniciales.

A grandes rasgos, el estudio de los sistemas electorales implica introducirse en el proceso de cómo se convierten las preferencias de los electores en votos, los votos en escaños y los escaños en políticas públicas. Esto, porque la literatura arroja amplio consenso entorno a la definición de sistema electoral, la que en su acepción más elemental señala que los sistemas electorales son los mecanismos a través de los cuales se convierten los votos emitidos en escaños ganados por partidos y candidatos. Sus variables claves son la fórmula electoral utilizada (mayoritarios, proporcionales o mixtos y la fórmula matemática utilizada para calcular la distribución de escaños), la estructura de la papeleta de votación (por ejemplo si el elector vota por un candidato o un partido y si sólo puede hacer una selección o puede manifestar distintas preferencias) y la magnitud de distrito que equivale al número de escaños en disputa en los distintos distritos y circunscripciones. (Nuevo manual de IDEA para el diseño de sistemas electorales, 2006, pp: 5).

Por otra parte, de los sistemas electorales existen dos grandes familias: los mayoritarios y los proporcionales. La distinción entre estos dos tipos radica, básicamente, en el número de escaños en disputa. Según Duverger un sistema electoral mayoritario (a una vuelta) influye en la formación de un sistema de partidos bipartidista. Por otra parte, el mismo autor señala que si bien a primera vista la tendencia multiplicadora de la representación proporcional es mucho menos clara que la tendencia dualista del sistema mayoritario, no es menos real.

Así, tal como lo vemos en la economía con la dicotomía equidad versus eficacia, en la ciencia política nos vemos enfrentados a un debate normativo que enfrenta a dos requisitos esenciales, planteados por Nohlen, de los sistemas electorales: gobernabilidad y representatividad. Para tomar una postura respecto a esta discusión, en primer lugar argumentaré desde la relación entre sistema electoral y sistema de partidos pero sin suscribir a una dirección de la causalidad. Y en segundo lugar zanjaré que los primeros pueden cumplir sólo uno de los dos requisitos planteados por Nohlen.

Cabe mencionar de paso que la evidencia empírica dificulta en alguna medida tomar posturas tan radicales como que un sistema proporcional implicará mayor representación y mayor legitimidad, pero a la vez mayor fragmentación, mayor inestabilidad política y finalmente menor eficacia. Básicamente porque vemos algunos ejemplos en los que la magnitud de distrito será esencial al momento de observar cuan inestable, por un elevado número de partidos políticos, es un gobierno. Esto, con el ejemplo particular de Chile en donde existe un sistema electoral teóricamente proporcional, pero que dada su baja magnitud de distrito lo convierte en un sistema con un número moderado de partidos, razonablemente estable y con aceptables niveles de gobernabilidad. Desde ese punto de vista quizás sea interesante analizar también las variables que influyen y en las que se piensa al momento de diseñar sistemas electorales más representativos o de mayor gobernabilidad. El nuevo manual de IDEA internacional para diseño de sistemas electorales argumenta que si bien algunos sistemas electorales alientan, o incluso refuerzan, la formación de numerosos partidos políticos y por ende la fragmentación del sistema de partidos, los efectos que se buscan de un determinado tipo de sistema electoral dependen también en gran medida del contexto sociopolítico en el cual opera. Es decir la construcción histórica, social y cultural de los actores también determinará como operará el sistema de reglas electorales.

A pesar de la dificultad antes mencionada de adherir a una postura tan radical como la de decir que un sistema que garantice un alto nivel de representación a numerosas fuerzas políticas será ineficaz e inestable, me inclino por preferir, dentro de un régimen democrático, la gobernabilidad. Y es que es evidente que por ejemplo en el Chile actual, partidos como el comunista y el humanista entre otros, no se ven representados únicamente porque el sistema los excluya, sino porque ellos tampoco son capaces de innovar y generar un discurso en sintonía con el electorado que les dé su adhesión manifestada en votos. Por lo que mientras se juegue con reglas y condiciones evidentemente democráticas como las mencionadas por Schumpeter y Przeworski, mi postura será a favor de la gobernabilidad.

Reflexión sobre algunas consideraciones de John Stuart Mill

El presente ensayo entorno a los postulados del intelectual inglés John Stuart Mill, tiene como tema central el rol del Estado en la administración y, si se quiere, la distribución de la libertad plasmada en el régimen de gobierno y en la esfera económica.

En el pensamiento del autor se ven implicados varios conceptos fundamentales para las bases del liberalismo: tales como libertad de opinión, el utilitarismo, la influencia del consumo en la producción, régimen de gobierno “ideal”, el Laissez-faire en la economía, etc. Con respecto a los últimos dos surge la pregunta ¿en qué medida la desigual distribución del crecimiento económico, propiciado por el modelo liberal, impide el desarrollo intelectual y espiritual de los individuos?, a la cual se intentará, al menos, dar respuesta en el presente escrito, relacionándola directamente con el eje central del tema. El rol del Estado.

A lo largo de la revisión de diversos autores que tienen en su base argumental el nacimiento del Estado, el por qué de ese nacimiento y las características que este debería presentar en determinados contextos, surgieron otros que, en tanto estaban resueltas esas interrogantes, enfocaban su estudio al rol y a las características que efectivamente tomaba el Estado. Es decir, mientras los pactistas esgrimían argumentos de tipo deontológico en torno a la forma del Estado, los teóricos como Harrington, Constant y Mill lo analizaban ontológicamente en cada forma que éste toma (república, liberalismo, etc.). De ese modo Stuart Mill, uno de los principales exponentes del liberalismo como teoría política y económica, establece ciertos conceptos que toma un Estado bajo la dinámica liberal.

Tal como lo señala Juan Cachanosky, compilador de la selección de escritos de John Stuart Mill, este inglés escribió sobre una variedad de temas en ciencias sociales, sin concentrarse en uno en particular. De esa forma encontramos aseveraciones en relación a las libertades individuales y como estas debían ser defendidas vehementemente, incluso en un gobierno popularmente elegido, ya que éste no era garantía de resguardo de dichas libertades (Cachanosky, 1990: 272). Además de lo anterior encontramos precisiones en el utilitarismo de Bentham (el que influenció bastante en Mill), particularmente en el argumento que relaciona la felicidad y la libertad que tiene el individuo de ser feliz con lo que él quiera. En este sentido Stuart Mill acotó que habían felicidades superiores (intelectuales y espirituales) y otras inferiores (básicamente las del cuerpo), acotación fundamental y central del argumento que aquí se presentará.

Las bases del modelo económico liberal las encontramos en clásicos de esta materia, como lo son Adam Smith y David Ricardo entre otros. Estos creían ciegamente en que las leyes económicas no eran producto del invento humano, sino consecuencia de la conducta humana que provocaban algo así como leyes naturales que se descubrirían, y no que los hombres construyen. En términos epistemológicos, leyes de perspectiva anti-fundacionalista. Según Cachanosky los mencionados clásicos dividieron el estudio económico en 2 partes: 1) las leyes de la producción y 2) las leyes de la distribución. Por su parte Stuart Mill creía que las leyes naturales de los clásicos eran válidas solo para la parte de la producción y no para la de distribución, ya que éstas no eran mas que dos partes del mismo fenómeno –el crecimiento económico que propicia el modelo económico liberal– así Mill se convence y establece que el Parlamento puede legislar para lograr una distribución de la producción más equitativa. Dicha afirmación clave centra el análisis en el rol que debe cumplir el estado para administrar y distribuir el desarrollo económico, que como fenómeno abstracto lógicamente no puede distribuirse equitativamente pos sí solo. En ese sentido se entiende de la postura de Mill, que el ciudadano debe ser libre de producir de la forma que él establezca. A su vez, como estará respondiendo, generalmente, a sus intereses particulares, el crecimiento que dicha producción, libre y sin limitantes, genere conllevará que dicho ciudadano eventualmente genere instancias para que otros, a su vez, crezcan de igual o mejor forma. Ahora bien, como Stuart Mill cree que el progreso no es inevitable, es decir como podemos progresar podemos retroceder o estancarnos, y que hay ciertas limitantes que el Laissez-faire debe tener debido a los vicios q este puede provocar, señala que:

“…cuando el gobierno, dejando a los individuos en libertad de usar sus propios medios en la persecución de cualquier objetivo de interés general, no interviene en sus asuntos, pero no confía tampoco el objetivo a su cuidado exclusivo, y establece, paralelamente a sus disposiciones, un medio de acción propio para la misma finalidad.” (Mill en Cachanosky, 1990: 285).

Es incuestionable que dicha precisión se refiere a la cuestión de a qué materias puede o debe extenderse la intervención gubernamental en los asuntos de la economía y la sociedad. De esa forma Mill distingue dos clases de intervención gubernamental que, aunque pueden referirse a la misma materia, difieren mucho en su naturaleza y efectos, y cuya justificación precisa motivos de muy distinto grado de urgencia. Como por ejemplo la intervención que pueda extenderse hasta el control de la libertad de acción de los individuos, en la que el gobierno pueda prohibir a todas las personas que hagan determinadas cosas. Esa, Mill la entiende como intervención autoritaria del gobierno. Pero por otra parte señala una intervención que no es autoritaria –y que es a la que se apela en el presente ensayo para responder la pregunta, también, aquí plateada– y es cuando un gobierno, en lugar de expedir una orden y obligar a cumplirla por medio de castigos, adopta un procedimiento a que tan pocas veces recurren los gobiernos, y del que podrían, según Mill, hacerse un uso tan importante: el de aconsejar y publicar información. Sin embargo, el autor va mas allá y profundiza la idea de ese tipo de intervención gubernamental con la cita antes señalada, es decir establecer un marco legal de acción, dentro del cual –y solo dentro del cual– los individuos puedan ser libres para producir como les plazca y les convenga pero sin abusos, aprovechamientos y suspicacias que puedan implicar fenómenos económicos anómalos, y por lo mismo, precisados oportunamente en esa disciplina, tales como monopolios, oligopolios, desigualdad, mala distribución del ingreso, etc. Y que son los que precisamente el Estado debe evitar con su intervención solo de la segunda forma que planteó Mill y jamás de la primera.

Como se señaló en un comienzo John Stuart Mill fue considerablemente influenciado por Bentham, particularmente en lo que a la teoría del utilitarismo se refiere. Este en primera instancia hacía referencias (las que Mill compartía) a que el fundamento de los derechos morales se encuentran en la utilidad de los mismos, “pienso que tener un derecho es algo cuya posesión la sociedad debe defender. Si el objetante sigue preguntando ¿por qué?, no puedo darle otra razón que la de la utilidad general” (Mill en Cachanosky, 1990: 272). Con respecto alo anterior, Mill incluso llegó a afirmar que a medida que el utilitarismo vaya siendo refinado irá reemplazando a la religión en los fundamentos de las leyes morales. Ahora bien, donde el autor introduce la verdadera precisión del utilitarismo Benthamiano es en que la libertad es un instrumento para ser feliz, es decir en tanto soy libre soy feliz, lo que implica una relación intrínseca entre estos dos conceptos, pero no la preeminencia de la libertad, como fin en sí misma, por sobre la felicidad. En estos términos Mill, como buen intelectual, afirma que existen “placeres mejores que otros”, es decir satisfacciones superiores y otras inferiores, las que fueron en un comienzo oportunamente definidas.

Para Stuart Mill el gobierno representativo (aquí entendido como Democracia) era el mejor, pero enfatizaba que todos los sectores debían tener una representación, proporcional al de su importancia, en el parlamento. Esto no implica que Mill no creyera en ciertas injusticias que el Estado debía corregir, pero estas correcciones no eran para disminuir la libertad sino para incrementarla. De esa forma concibe al liberalismo como base del gobierno representativo. El punto es en que dimensión en un gobierno de este tipo los ciudadanos son libres, si por ejemplo la gente más pobre o lo que Mill llamaría “indigentes” es libre de elegir que comerá cada día, o libre de elegir a que escuela enviará a su hijo. En este sentido es oportuno enfatizar –a modo de precisión al postulado de Mill– que el Estado debe suplir ciertas necesidades básicas o “satisfacciones inferiores” (comer, calor en el invierno, etc.) que de alguna u otra forma atan a ciertos individuos, para que estos sean libres de desarrollarse en los ámbitos que Mill señaló como satisfacciones superiores (intelectuales y espirituales) y sean finalmente felices.

Finalmente se quiere detallar que la libertad, al igual que el crecimiento económico que ésta propicia en ese ámbito, es un fenómeno abstracto y, aunque suene lógico, carente de racionalidad. Es por esto que debe ser administrada y distribuida por un ente racional y superior como el descrito en los pactistas (el Estado), y así suplir las satisfacciones inferiores por las que un gran número de habitantes bajo un régimen representativo deben preocuparse a diario, impidiéndoles fácticamente alcanzar la felicidad en términos Millianos. De esa forma nos podemos dar cuenta que el planteamiento de Bentham que decía relación con mayor felicidad para el mayor número (en este caso de personas), tenía cierto asidero en el de Mill cuando éste establece que donde se provocaban las injusticias en el régimen liberal (democracia) y el modelo económico liberal, el Estado debía intervenir para que la felicidad llegara incluso, y sobre todo, a los que sufren dichas injusticias.

NO al Aborto


Sabes hermano lo triste que estoy
Se me ha hecho vuelo de trinos y sangre la voz
Se me ha hecho pedazos mi sueño mejor
Se ha muerto mi niño, mi niño, mi niño,
Mi niño hermano.

No pudo llenarse la boca de vos
Apenas vacío el vientre de mi dulce amor
Enorme y azul la vida se le dio
No pudo tomarla, no pudo tomarla,
de tan pequeño.

Yo le había hecho una blanca canción
Del amor entre una nube y un pez volador
Lo soñé corriendo abrigado en sudor
Las mejillas llenas, las mejillas llenas,
de sol y dulzón.

Era en abril el ritmo tibio
De mi chiquito que danzaba
Dentro del vientre un prado en flor
Era su lecho y el ombligo y el ombligo
El ombligo el sol.

No busques hermano el camino mejor
Que ya tengo el alma muda de pedirle a Dios
Que hacemos ahora mi dulzura y yo
Con los pechos llenos, con los pechos llenos
De leche y dolor

Estamos pensando
Seria mejor
El marchar los tres
El marchar los tres
Que quedarnos dos.

35 Años


Autor: Karla Rubilar, Cristóbal Bellolio
11-9-2008

Hoy se cumplen 35 años desde el 11 de septiembre de 1973: mucho tiempo para algunos, probablemente muy poco para otros, pero sí más que suficiente para que toda una generación puede decir que sufrió la violencia política y que más tarde puso sus mejores esfuerzos en construir un país distinto. Las nuevas generaciones muchas veces no somos capaces de entender lo que nuestros padres vivieron de uno u otro lado. En nuestra apatía se esconde un agradecimiento mudo, pero sincero. Pero es hora de mirar hacia delante.

Es triste que todavía una parte importante de nuestra clase política siga viviendo sólo del pasado. Es triste porque nos deja atados a una nación de odio y rencor. Es triste porque, no la sentimos nuestra, excluye a millones.
A lo largo de nuestra larga y angosta tierra emerge sangre nueva que reclama el protagonismo del futuro. Y no podremos hacerlo sin dejar en el camino la mochila emocional que significa haber estado en un bando u otro, y que no nos corresponde. Nuestra generación pide a gritos una oportunidad, y es capaz de mirarse a la cara sin resentimiento, dialogando en un clima de tolerancia y diversidad política inimaginable hace tan sólo décadas.

El más profundo grito de los nuestros no es de violencia, es de paz. Y para que ese grito derribe todas las murallas del individualismo y la indiferencia es esencial que detengamos, de una vez por todas, la lógica de los vencedores y vencidos, de víctimas y victimarios, de unos chilenos moralmente superiores a otros. Los tiempos están maduros para dejar juzgar a la historia, sin olvidar aprender de ella.
No queremos recibir una herencia de resquemores, sino construir un país de hermanos. Queremos abrir los caminos de un Chile joven, apasionado con la libertad e indignado con la desigualdad y la injusticia. No nos cabe duda de que hoy ése es el ADN de los jóvenes de todos los colores políticos. No nos quiten ese patrimonio compartido con ánimo de división y mezquindad electoral. Cuidemos el lenguaje para no caer en la utilización del dolor.

Las palabras pueden dañar más que el cuchillo, pero al alma de Chile, al país de todos. Llegó el tiempo de la grandeza política y debemos estar a la altura.

Comandante Castro v/s General Pinochet.


Ciertamente no sería arriesgado afirmar que los científicos políticos han dedicado la mayor parte de su estudio a las democracias. Dicha producción no se limita sólo al análisis de la democracia como régimen, sino también a sus “subproductos”, tales como el sufragio, los partidos políticos, el sistema político que en ella pueda existir –presidencialismo, parlamentarismo, semi-presidencialismo–, etc. También es sabido que de esa producción académico-intelectual se ha establecido que no todas las democracias son iguales. De la misma forma pero con menos cantidad de estudios, según Uriarte, se han señalado parámetros para diferenciar lo que, en consenso, los politólogos han denominado regímenes “no democráticos”. Según el autor antes señalado, los estudios existentes sobre los regímenes no democráticos, se han concentrado en occidente y giran, en buena medida, en torno a dichos regímenes presentes en esta misma área geográfica el siglo pasado, tales como el fascismo, el nazismo y el comunismo. A pesar de lo anterior, Uriarte afirma que existe extrema escasez y debilidad en la producción en torno a sistemas no democráticos, lo que hace que los conceptos que se utilizan para describir los anteriores estén poco depurados, las tipologías sean demasiado diversas y difusas, y que los sistemas no democráticos del mundo se conozcan muy poco. (Uriarte, 2002). Incluso existe cierta “desviación” del tema en particular cuando Leonardo Morlino en su escrito “Los autoritarismos” establecía una diferenciación entre regímenes militares, regímenes civiles-militares y regímenes civiles y dentro de estos últimos distinguía los nacionalistas de movilización, los comunistas de movilización, los fascistas de movilización y el neo-totalitarismo religioso (Morlino, 1993). Con esto en evidencia, el presente ensayo se convierte (por lo menos) en necesario, ya que en él se plantearán y discutirán los temas, aspectos, criterios e indicadores que debieran ser considerados en un estudio comparativo entre el régimen de Augusto Pinochet en Chile y el de Fidel Castro en Cuba.

Numerosos y variados conceptos se han utilizado para explicar las características de diversos sistemas no democráticos. Tiranía, despotismo, autocracia, cesarismo por nombrar algunos. Pero el concepto en torno al cual existe mayor consenso debida su utilidad para definir los rasgos generales comunes de los sistemas no democráticos es el de dictadura. Es ahí donde los sistemas de Pinochet y Castro convergen.

Giovanni Sartori definía la dictadura como un gobierno caracterizado por tres rasgos: la dictadura es un gobierno no democrático, constitucional, y un gobierno por la fuerza o violento. En primer término Sartori opone la democracia a la dictadura entendida la primera como poder en el pueblo y la segunda como poder en el dictador. Luego Sartori establece que las dictaduras serán no constitucionales ya que el dictador ejercerá un poder no controlado ni fiscalizado por ningún limite constitucional. Lo que no significa que no haya leyes, de hecho, el dictador puede gobernar con leyes, pero es él mismo quién diseña la ley (Ej. Constitución de 1980 en Chile y Ley Fundamental de la República en Cuba). Finalmente este autor señala que las dictaduras se caracterizarán por la violencia, la coacción y la difusión del terror (Sartori, 1992).

Se hace ciertamente complejo separar y diferenciar un análisis comparativo entre Fidel Castro y Augusto Pinochet de uno entre un régimen Totalitario y uno Autoritario. Tanto el Autoritarismo como el Totalitarismo (el primero más cercano al caso Chileno y el segundo al Cubano) pueden tener una parte de apoyo popular importante. En la práctica muchas dictaduras se han sostenido en una parte de apoyo popular importante, lo que a veces tiende a olvidarse al analizárselas en contraste con la democracia. A lo anterior, cabe agregar que muchas de las dictaduras, particularmente la de Castro, apelan a lo que, en términos Weberianos, denominaríamos legitimidad carismática. En el caso de Pinochet, si bien algunos sectores le otorgan la legitimidad por rendimiento, ese apoyo se basa en consideraciones más inestables, como el interés propio de aquellos sectores que apoyaron y apoyan a su régimen. Aunque se complejisen, dadas las contrapuestas versiones entre detractores y adherentes, es aquí donde comienzan a vislumbrarse ciertos parámetros de comparación entre Castro y Pinochet. Índices de desarrollo, de nivel de pobreza, de distribución del ingreso, de relaciones económicas internacionales, al igual que en las democracias, representan claros indicadores a comparar entre estas dos dictaduras.Junto con lo extremo y violento de la dictadura, el desarrollo económico pasa a ser más que un “a pesar de… hay plata” y se convierte en un argumento sumamente considerable al momento de poner en contraste las dictaduras que aquí nos convocan. Juan Linz, por otra parte, presenta ciertos rasgos de los sistemas totalitarios:

“1) ausencia de pluralismo, 2) un partido único de vanguardia y con un preeminente rol, 3) una ideología articulada y rígida , 4) la movilización alta y continua, 5) un pequeño grupo o líder en el vértice del poder político y 6) límites no previsibles al poder del líder y a la amenaza de sanciones.” (Linz, 1975)

De la misma forma, los rasgos característicos de los autoritarismos serían:

“1) un pluralismo limitado, 2) ausencia de una ideología articulada y en su lugar una mezcla de mentalidades y valores generales , 3) escasa movilización, 4) un líder o grupo reducido en la cima del poder de gobierno y 5) limites formalmente mal definidos respecto de la acción del poder pero predecibles” (Linz, 1975).

Para efectos del presente ensayo se harán alusión particularmente al nivel o existencia de pluralismo, la existencia o no de un partido único, la existencia o no de una ideología base y motora y finalmente a la existencia de un grupo o líder en el poder. En un posible análisis comparativo, los rasgos mencionados anteriormente se convierten en evidentes criterios o ejes de comparación acudiendo a la lógica de sistemas más similares (MSS) y sistemas más diferentes (MDS). Según Uriarte, los conceptos de pluralismo limitado o ausente parecerían útiles para expresar una diferencia fundamental entre totalitarismos y autoritarismos, cual es la rigidez extrema con que el totalitarismo controla todos los aspectos de la sociedad, y la cierta flexibilidad que podemos encontrar en los regímenes autoritarios (Uriarte, 2002).

Referidos a la existencia de un partido político único, de vanguardia y con un preponderante papel, se anida ahí otro foco de comparación entre el régimen Castrista –con el Partido Comunista– y el de Pinochet el cual carece, a diferencia del primero, de un partido político de las características primeramente mencionadas.Con tendencia a relacionarse con lo anterior, la presencia de una ideología articulada y rígida también se presenta como un eje a comparar entre el golpe militar de Augusto Pinochet y la revolución Cubana de Fidel Castro, el que lideró la adopción del marxismo por el gobierno revolucionario, estableciendo uno de los primeros regímenes socialistas de América. Mientras que Pinochet se alzó con ideas –principalmente económicas– de corte neoliberal, pero que en ningún momento representaron mapas cognitivos o cosmovisiones presentes en el régimen. Los criterios anteriormente señalados responderían a la lógica de Most Different System (MDS), pero el de la existencia de un grupo o líder en el poder respondería a la lógica de Most Similar System en el sentido que en ambos casos existe un líder o grupo en el poder. Para el caso de Cuba hay un centro de poder monista, es decir existe un líder que responde a un partido, a su vez en el caso Chileno también se presencia un centro de poder monista ya que existía la Junta Militar de Gobierno pero que, en estricto rigor, era Pinochet el líder visible.

Finalmente es preciso señalar que se presenta sustantivamente complejo y, a ratos, enredado comparar las dictaduras de Fidel Castro en Cuba y Augusto Pinochet en Chile sin tender a relacionarlas a régimen totalitario y autoritario respectivamente. Quizás en un análisis comparado cabal esa tendencia se neutralice y acote, pero ciertamente no se dejará de mencionar.

Elección de Michelle Bachelet en Chile en 2006 y triunfo de Evo Morales en Bolivia en 2005


Existen dos hechos histórico-políticos, dos procesos eleccionarios, que poseen características particulares, tanto en el ámbito individual como a nivel comparativo, y son, precisamente, a esos singulares atributos, en este último nivel, a los que me referiré en el siguiente ensayo.

Para tal motivo debo reseñar, somera y primeramente, a que nos referimos cuando hablamos de “comparar”. Recurriendo a la función metalingüística del lenguaje y, por ende, a la definición que la RAE nos entrega podemos afirmar que este concepto es: “Fijar la atención en dos o más objetos para descubrir sus relaciones o estimar sus diferencias o semejanza.” (Real Academia Española de la Lengua, XXII edición, 2006). Respondiendo a esta simple pero evidente tesis es justamente lo que este escrito intentará establecer. Las relaciones, diferencias y/o semejanzas entre la elección de Michelle Bachelet en Chile en 2006 y el triunfo de Evo Morales en Bolivia en 2005.Es importante destacar que, teóricamente, en el método comparado no es necesario, para contrastar los casos, identificar las características de cada uno por separado, sino establecer ejes de comparación y sobre ellos trabajar (Navia, 2007).

El primer eje común es la dicotomía del comportamiento porcentual que existe entre el aceptable nivel con el que los dos Presidentes llegan al poder –Bachelet con un 53,5% de los votos y Morales con una mayoría absoluta de más del 54% de votos- y el nivel de venia con el que se mantienen ambos mandatarios durante los primeros meses de gestión –Bachelet en agosto del año pasado alcanzaba un escueto 45,5% en su nivel de aprobación y Morales, por su parte, también bajaba, en octubre de 2006, a un 50%.-
Parece evidente destacar que, considerando estos datos, algo sigue ocurriendo en la opinión de la sociedad en torno a sus autoridades, es decir no sólo existe similitud en el buen porcentaje obtenido por los dos presidentes, sino que también en sus respectivas bajas en el nivel de aceptación a sus gestiones debido a innumerables acontecimientos, tanto a nivel social como político, y que repercutieron en los informes ya entregados.

Siguiendo con esta lógica también podemos comparar que si bien ambos dignatarios, efectivamente, llegaron con la mayoría absoluta –y ciertamente cómoda- no los dos tuvieron la “herencia” de un bien evaluado gobierno saliente, y fue solo Michelle Bachelet la que contó con este “beneficio”, recordando que el titular de Bolivia, Carlos Mesa, presentó su renuncia irrevocable y definitiva a la presidencia, debido a la presión de los movimientos sociales a la cabeza, justamente, de Evo Morales.
Llevando este escrito comparativo a un nivel de hechos más prácticos (no por eso menos importantes) también podemos señalar que ambos presidentes pertenecen a partidos basados en una ideología socialista (aunque con mas de alguna diferencia, por cierto), Evo Morales al Movimiento al Socialismo (MAS) y Michelle Bachelet al Partido Socialista de Chile (PS).

Otro hecho práctico, cotidiano y eje de comparación es que las dos autoridades representan a minorías –entiéndase minoría por no estar representadas en puestos de poder y de representación popular- la Presidenta Bachelet a la mujer y Evo Morales, por su parte, al sector étnico o indígena de su país.

Ahora, enfocándonos y mencionando algunos problemas que podríamos enfrentar al comparar exhaustiva y minuciosamente este par de eventos, podemos señalar que en algún eje de comparación en el que nos concentremos puedan existir variables intervinientes y/o desconocidas al momento de recolectar los datos y características de cada hecho que estemos comparando. Por ejemplo que en el contexto político en el cual llegó cada presidente al gobierno sea muy diferente al otro. Como en el caso de Bolivia en el que a partir de 2001 hubo una importante inestabilidad socio-política, teniendo prácticamente un presidente por año hasta 2005, a diferencia de Chile que luego de la transición a la democracia cada gobernante, al menos, cumplió su periodo de gobierno sin interrupciones. De un modo más ilustrativo podemos decir que A puede tener ciertos “enes” que no se consideran y que pueden ser determinantes al momento de que, ese A, cause B.

Otro inconveniente que puede ocurrir, particularmente, al final de nuestra investigación es que los resultados, que ésta arroje, se alejen considerablemente de la hipótesis que hemos establecido. Esto puede suceder, eventualmente, por un bajo numero de casos escogidos.

Tras elegir un par de eventos, establecer ejes sobre los cuales comparar y mencionar algunos problemas que se pueden suscitar en el proceso de nuestra investigación comparativa, podemos concluir que, efectivamente, gran parte de las cosas, sino todas, son comparables, pero es necesario se siga una adecuada metodología basada en lo que el desarrollo del Método Comparado nos dice, para no concurrir a faltas que nos puedan llevar a conclusiones y juicios equivocados.

4 formas, 1 sistema


En 2010 estaremos en la conmemoración de los 200 de la formación de la Primera Junta Nacional de Gobierno. Pero estaremos, también, llegando al término del periodo presidencial de Michelle Bachelet y, con él, la conclusión del cuarto gobierno perteneciente a una misma coalición. 20 años de gobiernos, después de una no muy sosegada historia política, que han estado basados y normados por poderes y atribuciones constitucionales practicamente iguales, pero que han tenido, en su ejercicio, caracteristicas sustancialmente distintas. En el presente ensayo se intentan discutir, en particular, tres variables que podrían eventualmente explicar el por qué de la gestión tan disimil entre cada presidente de la Concertación, sin despreciar, por supuesto, que puedan haber otras causas que expliquen este fenomeno de mejor manera.

La primera variable que he considerado la mas relevante, es la economía o contexto económico (en términos generales) en el que se han desarrollado los gobiernos estudiados.

El primer presidente legítimamente elegido, luego del golpe de estado de 1973, es Patricio Aylwin Azócar, quien se propuso cinco principales tareas a desarrollar durante su gobierno, dentro de las cuales se encontraba lo que el llamó como “crecimiento económico con equidad” y que pretendía implementar (o continuar) un modelo económico que reconociera la importancia y el rol protagónico del sector privado y, además, la necesidad de la acción regulatoria y de la intervención del Estado en materias sociales, de apoyo al crecimiento y de orientación general del proceso de desarrollo. Esta política se vio en buena medida alcanzada -logrando una tasa de crecimiento anual que promedió casi el 7%- gracias a un contexto económico estable en general, entrando, internacionalmente, también a una transición hacia formas de gobierno más sólidas, y nacionalmente heredando una firmeza de tipo monetaria que se había logrado obtener tras la dura crisis de 1982. Estos bueno resultados conseguidos permitieron que la gestión Aylwin pudiera destinar mayores recursos a las áreas salud, educación y vivienda, siendo esta última la mas favorecida.

En el caso del presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle es incuestionable el rol que juega la economía en su gestión de gobierno, la cual presentó un plan, en primera instancia, modernizador, basado en la convicción de que Chile estaba frente a una gran oportunidad para enfrentar los desafíos del siglo venidero, queriendo darle a al país una imagen de estar en una incuestionable vía al desarrollo. A diferencia del gobierno de su par demócrata cristiano, el cumplimiento de dicho objetivo se vio limitado tras presenciar una de las mayores crisis económicas a nivel mundial. La conocida “crisis Asiática”. Este conflicto condicionó, indudablemente, el rumbo que tomaría, a partir de 1997, la economía y el trabajo del gobierno Frei, y aunque se trabajó para enfrentar lo mas firmemente la recesión, la administración vio necesario enfocarse, también, en otras áreas que no dependieran, necesariamente, de la estabilidad económica.

Con una firmeza financiera en franca recuperación y con el comienzo de una abundante recepción de excedentes provenientes de la explotación del cobre Ricardo Lagos Escobar comienza un gobierno que sería bastante exitoso, pero también en gran medida deficiente. El contexto económico en la administración Lagos, fue también determinante para que ésta, al percibir una aceptable estabilidad mercantil tanto exterior como interior, se centrara en aprovechar esta situación y establecer lazos de cooperación económica con diversos países y adoptar la política de integración al mundo con la suscripción de Tratados de Libre Comercio. Esta particular preocupación por la política económica exterior de Chile esperaba traer frutos en el fortalecimiento definitivo de la estabilidad económica interna del país, frutos que no se vieron reflejados en la praxis, por ende, tampoco en las cifras, este “descuido” por la economía interna de Chile llevó a que durante el gobierno de Ricardo Lagos se registrara uno de los niveles más altos de desigualdad en la distribución del ingreso en la historia del país.

El caso de la actual presidenta Michelle Bachelet Jeria (2006) en cuanto a materia económica se refiere es bastante particular, en el sentido que el Ministerio de Hacienda señala poseer un abundante capital proveniente del excedente del cobre. Patrimonio que, hasta el momento, no se ha visto invertido como realmente se quisiera, teniendo en cuenta que la cifra haciende a US$ 3.300.000.000 (información entregada por CODELCO en marzo de 2005).

El otro eje a analizar es si la variabilidad en las características de gobernación de los 4 presidentes concertacionistas es explicada por la “formación ideológica” o adscripción a la ideología base de sus respectivos partidos. Como sabemos Aylwin y Frei pertenecen al Partido Demócrata Cristiano (PDC) y Lagos y Bachelet al Partido Socialista (PS). Efectivamente esta variable podría explicar, de alguna u otra forma, lo diferentes que se manifestaron en su ejecución de gobierno cada presidente, siendo que los 2 primeros están vinculados a la ideología falangista y poseen valores humanista cristianos y los segundos se relacionan a la ideología socialista. Aspecto que no podría ser descartado al momento de estudiar mas profundamente el por qué de la variable dependiente. Es importante destacar que se debe poner especial atención en lo que pasa cuando se compara la gestión de Aylwin con su par Frei y Lagos con su par Bachelet.

La tercera y última causa a analizar es el nivel de aprobación que van experimentando cada presidente durante sus respectivos mandatos. En este sentido ha sido posible inferir y descubrir que, en los cuatro casos, es la gestión del gobierno la que explica el nivel de aprobación y no viceversa.

Finalmente se puede concluir que si bien, en el presente escrito se ha realizado un somero análisis sobre cuales podrían ser las causas de que 4 gobiernos con el mismo sistema y basados en el mismo marco legal, presenten características tan disímiles entre sí, se pueden encontrar numerosas variables mas que expliquen de forma mas profunda y precisa el fenómeno 4 formas, 1 sistema.

La Utilidad del 'Poder Blando' en la Política Internacional.


A través del análisis de las teorías que conciernen al estudio de las Relaciones Internacionales, queda de manifiesto que éstas han estudiado y estimulado diversos debates conceptuales y teóricos y, por consiguiente, se han establecido ciertos paradigmas frutos del análisis, críticas y aportes y, finalmente, evolución de cada una de estas posiciones. En el presente escrito se intentará analizar la utilidad, variación y distintos matices que pueda mostrar el denominado “Soft Power” o “poder blando” en la política internacional. Para dicha tarea es, primeramente, necesario definir y contextualizar, en su nivel básico, dicho concepto. Éste fue acuñado por Joseph S. Nye en el otoño de 1990 en su principal ensayo ‘Soft Power’ en su obra Soft Power: The Means to Success in World Politics y se refiere a él que “reside en la capacidad de atraer y convencer más que de coaccionar. […] El poder duro procede de la fuerza militar y económica de un país. El poder blando surge del atractivo de su cultura, sus ideales y su política.” (Nye, 1990).

Gracias a esta sencilla y práctica definición y luego de examinar dos importantes perspectivas teóricas como lo son el “neorrealismo” y el “liberalismo”, se puede afirmar que este concepto acuñado por Nye ha estado presente en las relaciones internacionales a través de la historia y es por esto la relevancia de su observación.

El sistema internacional, según consenso en numerosas teorías, es anárquico por naturaleza, y de acuerdo con Keohane (1988), con el pensamiento de Waltz perteneciente a la escuela neorrealista, la anarquía no implica ni una ausencia de modelo ni un estado de guerra perpetuo, sino, implica que la política mundial se caracteriza en el sentido de que ésta carece de un gobierno común. “En ausencia de agentes que tengan autoridad sobre todo el sistema, las relaciones formales de dominio y subordinación no llegan a desarrollarse.” (Waltz, 1979: 88). Este sistema es la arena política de sus principales actores. Los Estados. Y son éstos los principales responsables y protagonistas de las relaciones mundiales.

Una tesis relevante y ciertamente reveladora, que utilizaré de base argumentativa, es la que presenta el Politólogo Francis Fukuyama, primeramente, en su articulo “¿El fin de la Historia?” publicado en 1989 y, luego, en su libro El fin de la historia y el último hombre publicado en 1992. Esta compleja y extensa proposición en torno a la cual se ha debatido bastante debido, en primer lugar, a que aporta y, a la vez, cuestiona las tesis de importantes autores como Hegel y Marx, y, en segundo lugar, a que a palabras de Fukuyama “el fin de la historia no es, por tanto, una afirmación, como algunos de mis críticos han objetado, sino una interrogante abierta que permanece aún sujeta a debate.” (Fukuyama, 1992) está basada principalmente en la idea de que el liberalismo económico y político, la “idea” de Occidente finalmente se ha impuesto en el mundo (Fukuyama, 1988). Para efectos de este escrito lo relevante será el por qué de dicha imposición, y como esta “idea” de occidente se ha universalizado.

Desde Grecia y la configuración del demos, pasando por la teoría política moderna pactista y contractualista, hasta la contemporánea, la relación entre los estados se ha visto determinada por las relaciones de poder entre unos y otros, es aquí donde este concepto -poder- toma vital importancia. En la tesis liberal de Fukuyama se establece que con el fin de la Guerra Fría y la caída del muro de Berlín simbolizando la caída de los grandes relatos, las contradicciones que caracterizaron a la historia y sus conflictos se han resuelto, no hay lucha ni conflicto en torno a grandes asuntos (Fukuyama, 1988), es por esto que el eje principal de estudio, discusión y acción general es la actividad económica. Pero la actividad económica no es un fin en sí misma, sino una causa o elemento del ‘poder blando’, así podemos afirmar que éste es diacrónico y, por ende, lo encontramos en distintos momentos de la historia. Quizás en el periodo que el poder blando se hizo más presente fue justamente en la guerra fría, la que ha sido definida como una guerra ideológica en vez de bélica y abstracta en vez de concreta -en términos de grandes conflictos.- durante esta etapa de la historia, la bipolarización del mundo tenía como principal característica el poder blando que ejercía cada bloque (socialista y capitalista) hacia el otro con el fin de imponer la hegemonía de uno sobre otro. En efecto “el triunfo de Occidente, de la “idea” occidental es evidente” (Fukuyama, 1988), pero esta se manifiesta mas allá de la alta política como lo confirma este autor:

”Pero este fenómeno se extiende mas allá de la alta política, y puede observársele también en la propagación inevitable de la cultura de consumo occidental en contextos tan diversos como los mercados campesinos y los televisores en colores, ahora omnipresentes en toda China; en los restaurantes cooperativos y las tiendas de vestuario que se abrieron el año pasado en Moscú; en la música de Beethoven que se transmite de fondo en las tiendas japonesas, y en la música rock que se disfruta igual en Praga, Rangún y Teherán.” (Fukuyama, 1988).

Es evidente que, incluso, al ‘término de la historia’ y la reconfiguración del panorama mundial, el poder blando ha sido una principal característica en la política exterior, no solo de numerosas súper potencias, sino que también de súper ideologías y cosmovisiones que han influenciado sobre otras. Cabe destacar, aunque se infiere, que este poder no lo ostenta cualquier Estado, si no sólo aquellos con el tamaño, capacidad y que, principalmente, representan una referencia política o cultural. Un Estado que disfruta de ‘poder blando’ constituye un referente para otros, tiende a ser imitado y seguido, consigue sin violencia que otros Estados hagan lo que él quiere (Nye, 1990).

Es aquí importante subrayar el concepto de cooperación, que puede ser fácilmente relacionado al poder blando y que según el liberalismo es una de las principales estrategias de los Estados.

Lo aquí expuesto se analiza desde la escuela liberal en la que los Derecho Humanos, el libre comercio, la democracia, las organizaciones internacionales y la política interna plasmada en la política exterior de cada país, juegan el rol más importante y, por ende, el rol más importante del poder blando representado por la imposición de un Estado Homogéneo Universal (Fukuyama, 1988).

Como lo establece Keohane en su ensayo “Institucionalismo Neoliberal: una perspectiva de la política mundial” las instituciones son también de vital importancia en las relaciones internacionales:

“Las instituciones internacionales son importantes para las acciones de los Estados, en parte porque afectan los incentivos con que se enfrentan los mismos, inclusive si aquellos intereses fundamentales de los Estados se definen autónomamente. Las instituciones internacionales les permiten a los Estados tomar acciones que, de otra forma, serían inconcebibles […]” (Keohane, 1988: 20).

De la cita anterior surge la pregunta ¿Son las instituciones internacionales creadas o utilizadas por el poder blando ejercido por ciertas potencias? ¿Es por esto que son de tanta importancia al analizar el actual liberalismo político y económico?
Finalmente es incuestionable que la reciente historia mundial y la venidera ha sido y seguirá siendo, respectivamente, representada por las relaciones de poder existentes entre los Estados, pero es incuestionable también que la influencia política, cultural y económica es la que se encuentra presente en el estadio actual del escenario internacional. A lo anterior, llama la atención la Globalización que vive el mundo, y es ésta una clara manifestación de poder blando, es decir, la necesidad de utilizar y maximizar el óptimo desarrollo de tecnologías y la masificación de los medios de comunicación, como características básicas, están trascendiendo a todos los países del globo, pero ¿es este particular poder blando ejercido por alguien? Quizás la respuesta sea desconocida, pero lo que no se puede desconocer es cuando y como se implantó. ¿Es el actual estado de globalización efecto del poder blando ejercido por el bloque occidental? ¿Se puede relacionar a la globalización con el Estado Homogéneo Universal que describió Francis Fukuyama en su pensamiento? ¿Son las identidades de los países tan permeables a esta súper ideología presente en todos lados?

Sin duda las respuestas a estas interrogantes son diversas y surgirán, generalmente, determinadas por la perspectiva teórica con la que se analicen como aquí se ha hecho presente.

Liberalismo y Neoliberalismo en las Relaciones Internacionales.


Reseña Crítica: Orlando Delgado Selley (2006) ”El neoliberalismo y los derechos sociales: una visión desde la economía y la política.”

En su articulo “¿El fin de la historia?”, Francis Fukuyama nos anuncia de forma casi apocalíptica que, tras la guerra fría, la historia ha terminado, esa historia de los grandes relatos ya no es tal, o como diría él mismo, ha nacido el debate que sostiene que con el fin de la historia todas las contradicciones que caracterizaban a la historia humana y sus conflictos se resuelven, es decir, no hay lucha ni pleitos en torno a grandes asuntos, por tal razón el eje principal de estudio, discusión y acción en general pasa a ser la actividad económica (Fukuyama, 1988: 9). Es por esto que la perspectiva sobre el neoliberalismo y los derechos sociales desde una visión económica y política, que nos presenta Orlando Delgado en su articulo titulado de esa forma, sea de importancia incluso coyuntural. El autor de dicho texto analiza e intenta explicar las causas fundamentales del auge mundial de la posguerra, para contrastarlas con el desempeño mundial 1975-2000 (Delgado, 2006: abstract), a pesar de realizar la revisión cuantitativa desde 1820, Delgado divide su análisis en los dos periodos ya mencionados y en los cuales fijar la atención. Cabe destacar, también, que para el estudio Delgado secciona el mundo en ocho grupos de países, Europa Occidental, los nuevos países Occidentales, Europa Meridional, Europa Oriental, la ex URSS, Latinoamérica, Asia Oriental y África.

En lo que al texto mismo concierne, ya en la introducción se evidencian detalles que me parece importantes destacar. En primer lugar el autor comienza aclarando que “el neoliberalismo […] no nació de una formulación estratégica completa que se propusiera un plan de acción para su implantación” (Delgado, 2006: 185) para luego 4 líneas mas abajo señalar a este fenómeno económico llamado neoliberalismo como “proyecto de capitalismo global” (Delgado, 2006: 185).

El argumento principal del autor lo manifiesta en su tesis, que dicho sea de paso esta redactada de manera bastante tendenciosa: “Este recorrido busca explicitar las diferencias económicas y políticas sustantivas entre el modelo vigente durante la época de prosperidad vivida ente 1950 y 1973 y el modelo que le sustituyó” (Delgado, 2006: 186).

La relación del texto de Orlando Delgado con los principales postulados liberales es bastante importante ya que del análisis del texto se desprenden coincidencias con el liberalismo tales como que el Estado es el principal actor, pero grupos sociales domésticos y transnacionales influyen en la elección de las preferencias estatales, la visión sobre el liberalismo económico-comercial y la afirmación de que las instituciones internacionales influyen, dentro de otras cosas, en la capacidad estatal de cumplir y hacer cumplir los compromisos, entre otras. Este último aspecto lo explicita bastante bien el autor señalando que instituciones económicas internacionales tales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial ganan importancia al nivel de determinar que países cumplen y hacen cumplir sus acuerdos económicos.

A modo de diferencia entre la teoría liberal y neoliberal se exhibe, principalmente, que las metas del liberalismo serían de tipo económicas, sociales y militares, mientras que en el neoliberalismo, según Delgado, serían predominantemente económicas.

Finalmente se puede señalar que el análisis que realiza Delgado es bastante sesgado, incluso en la mención de algunos casos para ejemplificar algunas premisas[1]. A causa de lo anterior, el autor deja bastante poco para la imaginación respecto de su tendencia ideológico-política.

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[1]
Dichas premisas son principalmente, primero, la señalada en la pagina 207, párrafo último que dice relación con las alternativas exitosas, o al menos distintas, al neoliberalismo planteadas por partidos de izquierda, por ejemplo en los casos de España y Argentina (Delgado, 2006: 207), sin mencionar que hayan alternativas presentadas por partidos de izquierda que no han sido exitosas, y segundo, la aseveración de que la privatización de la industria eléctrica ha sido desastrosa, sin mencionar que de seguro habrá una política de privatización de este sector sin malos resultados. Dichas afirmaciones tienen claros rasgos de falacia ecológica.