domingo, 8 de noviembre de 2009

“Abolición” del sistema binominal.


El presente escrito pretende identificar y discutir qué errores teóricos, metodológicos y empíricos comete quien sugiere que el sistema binominal se debe abolir. Para ello comenzaré con una breve reseña en torno a conceptos e ideas claves, como “abolición”, sistema electoral y su relación con el sistema de partidos, gobernabilidad, representación y competitividad.

La real academia española de la lengua define abolir como: “Derogar, dejar sin vigencia una ley, precepto, costumbre, etc.”. Recordemos que “sistema binominal” no es más que la denominación que se le otorga a nuestro actual sistema electoral en relación al número de escaños en disputa en los distintos distritos y circunscripciones de nuestro país, lo que técnicamente se conoce como magnitud de distrito y la que en Chile equivale a 2. Así, la literatura arroja amplio consenso entorno a la definición de sistema electoral, la que en su acepción más elemental señala que los sistemas electorales son los mecanismos a través de los cuales se convierten los votos emitidos en escaños ganados por partidos y candidatos. Sus variables claves son la fórmula electoral utilizada (mayoritarios, proporcionales o mixtos y la fórmula matemática utilizada para calcular la distribución de escaños), la estructura de la papeleta de votación (por ejemplo si el elector vota por un candidato o un partido y si sólo puede hacer una selección o puede manifestar distintas preferencias) y la magnitud de distrito ya definida (Nuevo manual de IDEA para el diseño de sistemas electorales, 2006, pp: 5).

Considerando las precisiones hechas podemos hacer lectura de algunos errores teóricos en los cuales se incurre. Primero, se está planteando poner fin a un sistema por la falla de una de sus partes. Y segundo, el plantear la abolición del sistema binominal es plantear la derogación o dejar sin vigencia el dispositivo por el cual las autoridades de un régimen democrático son electas. Es decir, el dilema está en poner fin a las fallas que provoca una de las partes del sistema.

Se quiera o no, el sistema binominal es un sistema proporcional en tanto cumple con la condición para serlo. Reparte más de 1 escaño por circunscripción y distrito. Por lo tanto para entrar a la evaluación de los errores metodológicos de la afirmación inicial, zanjaré que el emisor de dicha enmienda se refería a terminar con lo poco representativo del sistema binominal.

La discusión en torno a los errores metodológicos que arroja el tópico, se centra en el eventual procedimiento que implicaría abolir el sistema binominal a fin de perfeccionarlo. Como ya observamos en la definición de la RAE, abolir significa derogar. Por lo que el error es más semántico que metodológico. Lo que queremos hacer es encontrar maneras de reformar la cantidad y forma de repartición de escaños parlamentarios, no dejarla sin vigencia.

El identificar qué errores empíricos comete quien sugiere abolir el sistema binominal, contemplará reflexionar en torno a algunos datos que de alguna forma expliquen por qué se sugiere reformar el sistema electoral.
Según algunos académicos como Joignant (“Medio a Medio”, Radio Cooperativa, 2008) y otros, la democracia chilena hizo una segunda transición. La primera fue la transición a la democracia como país, y la segunda es a la que hoy asistimos. De una democracia semi-competitiva a una democracia inercial. Según Joignant, el factor “inercia” se explica por un electorado absolutamente congelado, el cual adquiere sentido cuando se le contrasta con la Población en Edad de Votar (PEV), es decir, todos los ciudadanos chilenos con 18 años o más. En 1990 la PEV era de 8.500.000 aprox., y a 2005 asciende a 11.322.000 aprox. Sin embargo el electorado inscrito en 1990 era de 7.500.000 aprox. Y hoy es de sólo 8.220.000 aprox. Lo que, según Joignant, entrega una tasa de incremento de 8% para el electorado inscrito bis a bis un incremento del 24% de la PEV.

Lo que hay detrás de estos datos es que hoy la clase política conoce al electorado prácticamente de memoria, lo que según los críticos se explica en gran medida por lo poco proporcional del sistema binominal: el 95% de los escaños parlamentarios en Chile se distribuyen 1 para la Concertación y 1 para la Alianza.

Enfatiza esta falla, el dato entregado por Morales y Poveda a través del Margen Absoluto de Seguridad Electoral, el que muestra cuántos son los escaños que se ganan en elecciones parlamentarias cuando un candidato alcanza sólo el 33,3% + 1 voto. Así, para las elecciones de 2005 Joignant señala que el 36% de los escaños fueron repartidos de ese modo. Es decir, 43 de los 120 actuales diputados fueron electos sólo con ese porcentaje de votos, lo que le resta completa competitividad a las elecciones y produce que lo esencial de la competencia se traslade al interior de las listas y no entre listas. Esto entrega la considerable anomalía de un importante componente de la concepción minimalista shumpeteriana de la democracia: la incertidumbre.

Finalmente concluyo que el error de la propuesta de abolir el sistema binominal es esencialmente semántico-teórico. Sin embargo la proyección de dicha propuesta llevaría a una serie de errores a través de los cuales se buscaría “abolir” un sistema que se debe reformar. Lo que por ultimo nos lleva a observar otra serie de datos que demuestran que el problema del sistema electoral binominal no sólo recae en la representación, sino también en que los resultados están decididos de antemano, y las elecciones se prestan para grandes transacciones entre fuerzas aliadas y eventualmente entre rivales, lo que lleva a que los ciudadanos con mayor no se inscriban. Por ello, además de evaluar umbrales de representación para partidos políticos o magnitudes de distrito para Diputados y Senadores, se deben aplicar reformas para representar a 4.000.000 de chilenos en su forma más básica: el voto.

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