domingo, 8 de noviembre de 2009

Reflexión sobre algunas consideraciones de John Stuart Mill

El presente ensayo entorno a los postulados del intelectual inglés John Stuart Mill, tiene como tema central el rol del Estado en la administración y, si se quiere, la distribución de la libertad plasmada en el régimen de gobierno y en la esfera económica.

En el pensamiento del autor se ven implicados varios conceptos fundamentales para las bases del liberalismo: tales como libertad de opinión, el utilitarismo, la influencia del consumo en la producción, régimen de gobierno “ideal”, el Laissez-faire en la economía, etc. Con respecto a los últimos dos surge la pregunta ¿en qué medida la desigual distribución del crecimiento económico, propiciado por el modelo liberal, impide el desarrollo intelectual y espiritual de los individuos?, a la cual se intentará, al menos, dar respuesta en el presente escrito, relacionándola directamente con el eje central del tema. El rol del Estado.

A lo largo de la revisión de diversos autores que tienen en su base argumental el nacimiento del Estado, el por qué de ese nacimiento y las características que este debería presentar en determinados contextos, surgieron otros que, en tanto estaban resueltas esas interrogantes, enfocaban su estudio al rol y a las características que efectivamente tomaba el Estado. Es decir, mientras los pactistas esgrimían argumentos de tipo deontológico en torno a la forma del Estado, los teóricos como Harrington, Constant y Mill lo analizaban ontológicamente en cada forma que éste toma (república, liberalismo, etc.). De ese modo Stuart Mill, uno de los principales exponentes del liberalismo como teoría política y económica, establece ciertos conceptos que toma un Estado bajo la dinámica liberal.

Tal como lo señala Juan Cachanosky, compilador de la selección de escritos de John Stuart Mill, este inglés escribió sobre una variedad de temas en ciencias sociales, sin concentrarse en uno en particular. De esa forma encontramos aseveraciones en relación a las libertades individuales y como estas debían ser defendidas vehementemente, incluso en un gobierno popularmente elegido, ya que éste no era garantía de resguardo de dichas libertades (Cachanosky, 1990: 272). Además de lo anterior encontramos precisiones en el utilitarismo de Bentham (el que influenció bastante en Mill), particularmente en el argumento que relaciona la felicidad y la libertad que tiene el individuo de ser feliz con lo que él quiera. En este sentido Stuart Mill acotó que habían felicidades superiores (intelectuales y espirituales) y otras inferiores (básicamente las del cuerpo), acotación fundamental y central del argumento que aquí se presentará.

Las bases del modelo económico liberal las encontramos en clásicos de esta materia, como lo son Adam Smith y David Ricardo entre otros. Estos creían ciegamente en que las leyes económicas no eran producto del invento humano, sino consecuencia de la conducta humana que provocaban algo así como leyes naturales que se descubrirían, y no que los hombres construyen. En términos epistemológicos, leyes de perspectiva anti-fundacionalista. Según Cachanosky los mencionados clásicos dividieron el estudio económico en 2 partes: 1) las leyes de la producción y 2) las leyes de la distribución. Por su parte Stuart Mill creía que las leyes naturales de los clásicos eran válidas solo para la parte de la producción y no para la de distribución, ya que éstas no eran mas que dos partes del mismo fenómeno –el crecimiento económico que propicia el modelo económico liberal– así Mill se convence y establece que el Parlamento puede legislar para lograr una distribución de la producción más equitativa. Dicha afirmación clave centra el análisis en el rol que debe cumplir el estado para administrar y distribuir el desarrollo económico, que como fenómeno abstracto lógicamente no puede distribuirse equitativamente pos sí solo. En ese sentido se entiende de la postura de Mill, que el ciudadano debe ser libre de producir de la forma que él establezca. A su vez, como estará respondiendo, generalmente, a sus intereses particulares, el crecimiento que dicha producción, libre y sin limitantes, genere conllevará que dicho ciudadano eventualmente genere instancias para que otros, a su vez, crezcan de igual o mejor forma. Ahora bien, como Stuart Mill cree que el progreso no es inevitable, es decir como podemos progresar podemos retroceder o estancarnos, y que hay ciertas limitantes que el Laissez-faire debe tener debido a los vicios q este puede provocar, señala que:

“…cuando el gobierno, dejando a los individuos en libertad de usar sus propios medios en la persecución de cualquier objetivo de interés general, no interviene en sus asuntos, pero no confía tampoco el objetivo a su cuidado exclusivo, y establece, paralelamente a sus disposiciones, un medio de acción propio para la misma finalidad.” (Mill en Cachanosky, 1990: 285).

Es incuestionable que dicha precisión se refiere a la cuestión de a qué materias puede o debe extenderse la intervención gubernamental en los asuntos de la economía y la sociedad. De esa forma Mill distingue dos clases de intervención gubernamental que, aunque pueden referirse a la misma materia, difieren mucho en su naturaleza y efectos, y cuya justificación precisa motivos de muy distinto grado de urgencia. Como por ejemplo la intervención que pueda extenderse hasta el control de la libertad de acción de los individuos, en la que el gobierno pueda prohibir a todas las personas que hagan determinadas cosas. Esa, Mill la entiende como intervención autoritaria del gobierno. Pero por otra parte señala una intervención que no es autoritaria –y que es a la que se apela en el presente ensayo para responder la pregunta, también, aquí plateada– y es cuando un gobierno, en lugar de expedir una orden y obligar a cumplirla por medio de castigos, adopta un procedimiento a que tan pocas veces recurren los gobiernos, y del que podrían, según Mill, hacerse un uso tan importante: el de aconsejar y publicar información. Sin embargo, el autor va mas allá y profundiza la idea de ese tipo de intervención gubernamental con la cita antes señalada, es decir establecer un marco legal de acción, dentro del cual –y solo dentro del cual– los individuos puedan ser libres para producir como les plazca y les convenga pero sin abusos, aprovechamientos y suspicacias que puedan implicar fenómenos económicos anómalos, y por lo mismo, precisados oportunamente en esa disciplina, tales como monopolios, oligopolios, desigualdad, mala distribución del ingreso, etc. Y que son los que precisamente el Estado debe evitar con su intervención solo de la segunda forma que planteó Mill y jamás de la primera.

Como se señaló en un comienzo John Stuart Mill fue considerablemente influenciado por Bentham, particularmente en lo que a la teoría del utilitarismo se refiere. Este en primera instancia hacía referencias (las que Mill compartía) a que el fundamento de los derechos morales se encuentran en la utilidad de los mismos, “pienso que tener un derecho es algo cuya posesión la sociedad debe defender. Si el objetante sigue preguntando ¿por qué?, no puedo darle otra razón que la de la utilidad general” (Mill en Cachanosky, 1990: 272). Con respecto alo anterior, Mill incluso llegó a afirmar que a medida que el utilitarismo vaya siendo refinado irá reemplazando a la religión en los fundamentos de las leyes morales. Ahora bien, donde el autor introduce la verdadera precisión del utilitarismo Benthamiano es en que la libertad es un instrumento para ser feliz, es decir en tanto soy libre soy feliz, lo que implica una relación intrínseca entre estos dos conceptos, pero no la preeminencia de la libertad, como fin en sí misma, por sobre la felicidad. En estos términos Mill, como buen intelectual, afirma que existen “placeres mejores que otros”, es decir satisfacciones superiores y otras inferiores, las que fueron en un comienzo oportunamente definidas.

Para Stuart Mill el gobierno representativo (aquí entendido como Democracia) era el mejor, pero enfatizaba que todos los sectores debían tener una representación, proporcional al de su importancia, en el parlamento. Esto no implica que Mill no creyera en ciertas injusticias que el Estado debía corregir, pero estas correcciones no eran para disminuir la libertad sino para incrementarla. De esa forma concibe al liberalismo como base del gobierno representativo. El punto es en que dimensión en un gobierno de este tipo los ciudadanos son libres, si por ejemplo la gente más pobre o lo que Mill llamaría “indigentes” es libre de elegir que comerá cada día, o libre de elegir a que escuela enviará a su hijo. En este sentido es oportuno enfatizar –a modo de precisión al postulado de Mill– que el Estado debe suplir ciertas necesidades básicas o “satisfacciones inferiores” (comer, calor en el invierno, etc.) que de alguna u otra forma atan a ciertos individuos, para que estos sean libres de desarrollarse en los ámbitos que Mill señaló como satisfacciones superiores (intelectuales y espirituales) y sean finalmente felices.

Finalmente se quiere detallar que la libertad, al igual que el crecimiento económico que ésta propicia en ese ámbito, es un fenómeno abstracto y, aunque suene lógico, carente de racionalidad. Es por esto que debe ser administrada y distribuida por un ente racional y superior como el descrito en los pactistas (el Estado), y así suplir las satisfacciones inferiores por las que un gran número de habitantes bajo un régimen representativo deben preocuparse a diario, impidiéndoles fácticamente alcanzar la felicidad en términos Millianos. De esa forma nos podemos dar cuenta que el planteamiento de Bentham que decía relación con mayor felicidad para el mayor número (en este caso de personas), tenía cierto asidero en el de Mill cuando éste establece que donde se provocaban las injusticias en el régimen liberal (democracia) y el modelo económico liberal, el Estado debía intervenir para que la felicidad llegara incluso, y sobre todo, a los que sufren dichas injusticias.

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